Top momentos de pánico en un viaje con niños

23.09.2013 08:13

Pronunciadas por un niño, frases como “cinturón, no”, “¿cuánto falta? o “no me gusta” preceden a un conflicto. Hay estrategias para prevenir y manejar las inevitables situaciones de estrés en un viaje en familia. [Publicado en ZoomNews.es en septiembre de 2013]

¿Pensabas que viajar con niños es una colección de estampitas y postales como las que aparecen en los folletos de agencia? ¡Ja, ja! Las 24 horas juntos, las comidas, la pesadez de los trayectos y otros factores pueden dar lugar a situaciones estresantes. Estar convenientemente preparados ayuda a superar los pequeños conflictos que se dan, seguro, en cualquier viaje con niños.

Pronunciadas por un niño, cualquiera de estar frases puede desencadenar una batalla. Así nos las arreglamos nosotros cuando nos declaran la guerra durante un viaje. 

“Cinturón en el coche, ¡NO!”

Los realities de gladiadores son una broma al lado de un niño pequeño arqueado como un poseso que se niega a ser reducido a su asiento en el coche mediante un cinturón de seguridad. Por eso son tan representativas las escenas de “Supernanny” en las que la familia se enfrenta a la resistencia infantil a la hora de atarse el cinturón.

En su reciente campaña de concienciación y vigilancia del uso de cinturones de seguridad –llevada a cabo este septiembre y coincidiendo con la “vuelta al cole”, la DGT ha sorprendido a 318 menores de 12 años viajando en coches sin ningún sistema de retención. En España, no llevar sujetos a los niños significa exponerse a multas de 200€ y la pérdida de tres puntos en el carnet de conducir. Lo peor es que si no les abrochamos el cinturón estamos poniendo en peligro la vida de nuestros hijos.

No es fácil acostumbrar a un niño al cinturón. Mis dos hijos han sido terribles. Pero ya sea con argumentos, refuerzo positivo, sobornos o por la fuerza, el coche no debe arrancar jamás sin que el niño lleve el cinturón de seguridad correctamente abrochado.

Hay que empezar por predicar con el ejemplo y atarse uno mismo el cinturón nada más sentarse en el asiento del conductor o del copiloto y preguntar “¿todo el mundo abrochado?” antes de arrancar. Es posible que esto ocurra después de un tenso forcejeo –verbal y físico- en el asiento de atrás.

Aguantad, persistid, manteneos impasibles, no cejéis por nada del mundo en esta batalla. Es larga y dura, pero con firmeza se acaba ganando siempre. Puede durar meses, pero siguiendo siempre la misma pauta –abrocharlos, abrocharse, preguntar si todo el mundo está atado y entonces arrancar- llega un día en que nuestros hijos aceptan el cinturón e incluso te llaman la atención para que no arranques si no todo el mundo lo lleva correctamente atado.

“Cinturón en el avión, ¡TAMPOCO!”

La sujeción en el avión es otra historia, casi peor. Si alguna vez has despegado con una niña pequeña en plena rabieta, pataleando y tumbada boca abajo en el pasillo de un avión, no te indignas cuando te enteras de que algunas aerolíneas empiezan a separar a los pequeños de los pasajeros que deseen evitar a los niños. Tú también lo harías si pudieses, créeme.

Cuando son bebés te ofrecen una extensión para atarlos a tu cinturón y los peques despegan en tu regazo. Lo malo llega a los dos añitos, la edad de las rabietas, cuando ya ocupan su propio asiento. El forcejeo se prolongó en nuestro caso durante un par de años más y hubo vuelos tensos. No siempre funcionaba la estrategia de llevarlos encima como si fueran bebés.

Para conjurar In este tipo de situaciones se puede intentar controlar de antemano cualquier posible incidencia: sacando lo antes posible las tarjetas de embarque para asegurarse asientos juntos; aprovechando cualquier ventaja –desde comidas especiales hasta cuadernos para colorear- que ofrezca la aerolínea; ensayando con los niños cómo abrochar el cinturón o animándoles a escuchar las normas de seguridad; leyendo un cuento, o prometiendo unas chuches si se portan bien. Un avión es un espacio estrecho en el que convive mucha gente; en la medida de lo posible deberíamos tener la cortesía de evitar molestias a los demás pasajeros.

“¿Cuánto falta?”

El clásico de los clásicos. Mis hijos empiezan a pronunciar esta frase nada más subir al coche o al avión. Mentir o dar evasivas no funciona, así que lo único que cabe en esta situación es la sinceridad: darles información de la hora de salida y de llegada, del tiempo previsto de viaje, de las paradas, de las ciudades por las que se pasa o de los lugares geográficos que se van a sobrevolar. A los niños muy curiosos se le puede imprimir un mapa de Google y darles un marcador para que vayan anotando los trayectos completados. También funciona la maniobra de distracción perfecta se llama DVD portátil.

“Creo que me lo he roto”

Sucedió este verano, pocos días antes de embarcar para Italia. El mayor cayó mal de un árbol y se rompió un brazo derecho. Ya teníamos las tarjetas de embarque impresas. El traumatólogo dio el visto bueno si todo iba bien en la revisión de la escayola antes de salir. El propio lesionado dijo que no se quería perder el viaje por nada del mundo. Un brazo no es complicado, pero una pierna puede ser un problema insalvable. Cuando se viaja con niños, especialmente los “moviditos” hay que sopesar la posibilidad de contratar un seguro de cancelación que cubra los gastos de anulación por este tipo de imprevistos. Te quedas sin viaje, pero al menos recuperas los gastos.

“¡Atita!”

Tu nene de dos años llorando desesperado a la salida de un restaurante una noche en Burdeos y no sabes por qué. Ha comido, ha ido al baño, tiene su botellita de agua y sigue gritando “¡atita!” a lágrima viva… Cuando te agarra la sudadera que llevabas colgando a la cintura y se envuelve con ella te das cuenta de que quería decir “mantita”, que la noche está fresca y de que el chavalín lo que tiene es frío. Siempre se me olvida que más allá de Burgos refresca, y mucho, por las noches. 

“Tengo sueño”

Normalmente van en serio y no suelen avisar. Dependiendo de la hora y del lugar en que se esté se les puede dejar echar una pequeña siesta en su sillita con respaldo abatible. Si es por la noche, no queda más remedio que volver al hotel.

 

“Tengo hambre”

Ésta es más engañosa. Incluso recién comida, a mi hija le entra un hambre espantosa, o eso dice, en cuanto ve un cartel de McDonalds. Para eso llevamos galletas o plátanos en la mochila. Si no es la hora de comer y tienen hambre de verdad, los saciará hasta que sea el momento de sentarse a la mesa.

“Tengo pis… o peor”

Mal acostumbrados a recurrir a la generosidad de nuestros bares y restaurantes, resulta que fuera de España no es tan fácil pedir asilo sanitario. En París, Venecia, Praga o Santorini el uso de los baños públicos se paga. Lleva suelto y haz paradas preventivas en cuanto veas alguno.

“Se ha perdido, se ha roto”

Vasos, patas de cama, espejos… En los viajes con niños suele haber desperfectos. Nuestro grupito de preadolescentes se puso a jugar al tenis-petanca en el patio trasero de una casa rural francesa y extraviaron una bola que saltó la valla. La bola, que formaba parte de un juego de petanca de la propia casa, la buscamos durante días en vano. Mejor que intentar reponer esas cosas por nuestra cuenta y perder un tiempo de vacaciones precioso, es confesarle al propietario lo sucedido y que nos cobre lo que nos tenga que cobrar.

“¿Y mi maleta?”

O se pierde en el vuelo o se quedó en el garaje y nunca subió al coche. Para evitar estos trances, lo ideal es diversificar el equipaje, es decir, repartir entre varias maletas la ropa de todos. Y si ocurre, tranquilidad, en cualquier destino civilizado se puede comprar ropa y utillaje para sacarte de apuros.

“No me gusta”

“No los quería con carne, están asquerosos”. Ocurre constantemente: les traen el plato que habían pedido y ya no les apetece. Cuando se está de viaje, sobre todo en sitios en los que los restaurantes son caros, a los padres nos sienta fatal. Antes de enfadarte con el niño, comprueba que la comida está bien cocinada y que sabe como debe. Si no es así, reclama al restaurante y niégate a pagar un plato incorrecto. Pero si el angelito rechaza la comida por capricho, ataja futuros disgustos y no lo intentes con nuevos platos: aprenderá a escoger mejor en adelante.

“Me duele muchísimo la tripa”

Fue el peor susto que pasamos en un viaje. Por suerte, se quedó en susto. Sucedió durante un crucero, en la única escala sin cobertura sanitaria de la Unión Europea. Uno de los niños del grupo sentía un agudo dolor en la tripa y la sombra de una posible apendicitis planeó durante horas por el barco.  Creo que la inquietud tener que quedarse en un país extracomunitario para una operación de urgencias se amortigua algo si uno va convenientemente cubierto por un seguro médico de viaje.

En la vida pasan cosas, y en los viajes, también. No todas se pueden evitar, pero sí minimizar los efectos negativos: yendo asegurados, fomentando las buenas costumbres y tomando precauciones.