París con ojos de niño

16.07.2013 08:00

Un viaje con niños te reconcilia con París si para ti había perdido brillo. Si nunca has estado, aprovecha agosto y llévate a tus hijos: es una escapada mágica que roza el cielo cuando miras la ciudad como la ven ellos. [Publicado en ZoomNews.es en julio de 2013]

Un viaje con niños te reconcilia con París, especialmente si la capital francesa había iba perdiendo su encanto en sucesivas visitas, como era mi caso. Si nunca has estado, aprovecha el mes de agosto, pero llévate a tus hijos: es una escapada mágica que roza el cielo cuando miras la ciudad como la ven ellos.

Llevo muchos años yendo a París, y mi entusiasmo juvenil por la ciudad ha ido decayendo a medida que iba frecuentando más a la capital francesa. En los últimos años incluso la he ido encontrando cada vez más inasequible, hostil, distante, fría, cerrada… Cuanto más conocía cualquier otra zona de Francia, donde la buena vida local se pone al alcance de los turistas, donde la gente es tan agradable que forman parte del encanto del viaje, donde la comida hace honor a su fama, más me enemistaba con París, por descuidar –e incluso hacer imposibles- todas esas cosas…

Hasta que volví a esta ciudad con mis hijos, la recorrí de nuevo viéndola desde su ángulo –el de Ratatouille, el de Rugrats en París, el de El jorobado de Notre Dame o Los Aristogatos- y recuperé a París como la misma fuerza que se reencuentra en la madurez un amor de la adolescencia.

Pasamos por París con los niños hace un par de años, a la vuelta de un viaje al norte y nos quedamos tres días: dos para enseñarles la ciudad a los niños y una tercera para Eurodisney, parque de atracciones en el que siempre que andamos de paso echamos al menos una jornada, porque lo pasamos en grande.

Dedicamos una tarde a la Torre Eiffel –y la hora de cola para sacar las entradas, por una vez, no se nos hizo pesada-. Subimos todos los pisos, recorrimos enteros todos los rincones y vimos todas las perspectivas posibles. Nos embarcamos encantados en el Bateau Mouche al atardecer, excursión en barco por el Sena que recomiendo vivamente si se viaja con niños, ya que se desliza entre perfiles de cine y, a la hora adecuada, saluda a los bailarines de la orilla del río, entre otras deliciosas escenas.

Cenamos de pena en la terraza de un restaurante infame –Le Dôme-, con la consiguiente “clavada parisina”, pero no nos importó, porque teníamos una impresionante vista de la Torre Eiffel, que se puso a destellear en flashes ante los asombrados ojos de mi hija, que no cabía en sí de gozo ante el espectáculo –y que no probó las patatas fritas congeladas a 12€ el plato-.

Al día siguiente fuimos, por fin, a la Santa Capilla, una visita que hasta entonces no habíamos tenido ocasión de hacer, paseamos por el barrio del Palacio de Justicia, vimos Nôtre Dame, un mercado de mascotas, nos unimos a una manifestación en Saint Eustache y paladeamos lo poco que queda ya del antiguo mercado les Halles. Vagabundeamos un poco por el delicioso barrio de Le Marais y el Ayuntamiento, y comimos en McDonads, lo confieso, porque tras la ristra de chascos que arrastrábamos de experiencias anteriores nos pareció una opción fiable. 

Éxtasis artístico en Montmartre

Dedicamos la tarde a Montmarte, adonde llegamos en coche sin problemas de aparcamiento (bendito agosto) y donde la luz se había puesto especialmente dorada y divina… 

Paramos ante cada cuadro de la Place du Tertre, paseamos todas las aceras, nos hicimos fotos ante todos los cafés y las pintorescas terrazas, recorrimos los miradores, las tiendas de postales antiguas y entramos en el Sacré Coeur.

Por fin, nos sentamos bajo la escalinata de esta emblemática iglesia y pasamos una de las tardes más divertidas de nuestra vida viajera coreando canciones de los 80 con una multitud de turistas que aplaudían y animaban a los cantantes espontáneos –algunos no tan espontáneos, ya que venían con su propia guitarra- que se acercaban hasta un micrófono que vaya usted a saber si lo trajo un cantante o era iniciativa de las autoridades.

Recuerdo haber cantado “Video killed the radio star” durante un cuarto de hora junto con trescientos desconocidos, repitiendo el estribillo una y otra vez, mientras contemplaba París, derramada al fondo en todo su esplendor. Mis hijos correteaban por un jardín al lado, sin camiseta, sucios y con varios chicles pegados a los pantalones. Qué más daba todo, si había sido una jornada inolvidable y lo estábamos pasando de maravilla… ¡Menuda borrachera de París!  

Hace unos días comentaba este viaje con una amiga que había estado allí cuando su niña tenía once años y me decía exactamente lo mismo: que recorrer París con su hija le había dado un matiz diferente –y lleno de emoción- la ciudad. Me recomendó especialmente algunas visitas: las Catacumbas, la pirámide del Louvre y el Centro Pompidou.

Tengo muchas ganas de repetir el viaje y de ampliar las visitas con paradas “serias” como el Museo Rodin, L´Orangerie y, por supuesto, los superclásicos: el Louvre y Orsay. Y gracias a Internet, podré probar algunas de las sugerencias para petits gourmets que he encontrado, entre otras, en esta fantástica guía francesa de vacaciones familiares, familiscope.fr.

Espacios para los niños en París

Después de aquellos dos días con mis hijos, París vuelve a ser para mí la ciudad luminosa y cautivadora de mi juventud. Todo estaba de estreno, como si lo viera por primera vez. Olvidados quedaban los sinsabores de viajes anteriores, alguno ya con bebé y carrito, las horas de cola ante el Museo del Louvre para luego no poder ver casi nada, las trastadas sucesivas que nos hicieron varios restaurantes del Barrio Latino, el día que mi hijo de dos años se perdió en el Museo de Orsay o esa terrible sensación de que para disfrutar de esa ciudad hay que ser millonario.

Después de aquel viaje también volvieron a mi mente muchas cosas positivas de la primera vez que estuvimos cuando el mayor tenía dos años y pasamos una semana entera en París: lo sencillo que fue subir el carrito a los autobuses urbanos, lo fácil que era encontrar unos baños públicos si había cambios de pañal, lo agradable que resultaba comprar comida en los supermercados –con excelentes platos preparados para niños, y de primeras marcas- y sentarse a hacer picnic en cualquiera de los legendarios parques de la ciudad. O lo mucho que se divirtió mi bebé en los cacharritos y atracciones del jardín de las las Tullerías o aquel tiovivo histórico de tracción a pedales del Campo de Marte.

Mis hijos volverán, probablemente solos, y experimentarán muchas de aquellas emociones de mis 20 años: la subida al primer piso de la Torre Eiffel por la escalera, las visitas a restaurantes y bares acompañados de amigos estudiantes que se saben todas las buenas direcciones de menús japoneses y cervezas baratas, los paseos por la Rive Gauche, los recorridos por los escenarios, ya no de películas de niños, sino de novelas…

Cómodo y fácil para un plan espontáneo

Si aún no has elegido destino para este verano, no has hecho reservas y al final resulta que puedes y te apetece viajar pero no se te ocurre adónde, ni lo dudes: París. Encontrarás vuelos con precios para todos los bolsillos; hoteles y apartamentos sin problemas y la ciudad está bien despejada, ya que buena parte de los parisinos están de vacaciones. En coche también se llega rápida y cómodamente desde España. Durante el verano, los transportes funcionan con normalidad, los monumentos permanecen abiertos –y ya te puedes saltar muchísimas colas gracias a Internet-. Internet ya es una ayuda para sortear la tediosa tarea de encontrar un restaurante decente en París. Otro punto más: el tiempo, por lo general endemoniado, vive sus momentos más tolerables.

Pero llévate a tus hijos y déjate enamorar por una ciudad que se engrandece cuando se refleja en los ojos de un niño que la contempla por primera vez.